Después de uno de los cismas, sin duda, más fuertes entre los socios de la Unión Europea, en el que pensábamos, y yo me incluyo, que la Unión Europea sucumbiría como concepto romántico que todos teníamos desde los años 80, como ese club solidario en el que eras más fuerte si estabas en él y que te ayudaban si estabas atravesando un mal momento, todos nos llevamos una alegría, o al menos un respiro, al conocer el plan sin precedentes que se aprobó el pasado mes de abril: La Unión Europea emprendía un verdadero Plan Marshall para los países que peor lo habían pasado con la crisis de la COVID-19, y que tanto debate, y en ocasiones tensiones, suscitó, entre los países del norte y los del sur.
Pero hasta ese momento era un debate de países estado, de estructuras políticas, en el que no habían participado las empresas y trabajadores, aquellos agentes, los cuales, teóricamente, iban a ser receptores de esas ayudas y estímulos para lograr una recuperación económica.
Después de comprobar que, obviamente, esas ayudas no van a ser todo lo rápidas que se necesitaría, ya que el proceso de aprobación y justificación que han articulado los estados – miembro es farragosa y muchas veces comporta la aprobación de cada parlamento, con la dificultad añadida de las trabas que impone la pandemia, de distanciamiento y limitación de las reuniones, nos hace volver a ver que nadie estaba preparado para esta pandemia, y que la reacción normalmente llega tarde y muchas veces sin llegar a entender la urgencia y la problemática que está planteando el coronavirus y que está retratando a gobernantes, empresarios e incluso estilos de vida y culturales.
Que los empresarios y empleados a través de sus centrales sindicales quieran participar en la gestión de los fondos es normal e incluso deseable: cuantos más agentes implicados participen mejor, pero también habrá que pensar y articular de qué forma pueden participar ante un escenario nuevo y que implica rapidez y agilidad. Ya lo estamos viendo con la negociación de la ampliación de los ERTE hasta finales de año. La negociación y participación dilata y complica procesos que, a veces, necesitan de respuestas mucho más rápidas, ante la incertidumbre, tanto de empleados, empresarios y también nosotros como profesionales, de saber con un mínimo de tiempo y no el día antes a las 23:59 horas, si hay ampliación de los ERTE y cómo hacerlo. Hay que actuar mucho más rápido. Si aplicamos esa metodología a Europa, un órgano mucho más complejo, con más países implicados, con grupos de países ya de por sí con dinámicas y culturas tan diferentes, creo que añadimos otra variable a la ecuación que nos puede llevar a un reparto de fondos cuando ya no quede nadie a quien repartirlos.
FDO. Bernardo Sánchez Moreno
Graduado Social y Responsable de Gestión Laboral de ILLICE AUGUSTA CONSULTORES ABOGADOS
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